jueves, octubre 20, 2005

Pim, pam, pum

Los trileros. Unos hombres que juegan con una bolita a ocultarla en uno de los tres cubiletes que mueven y nadie adivine donde está: “Dónde está la bolita, por aquí, por allí”. “Hagan su apuestas, señores”. Siempre hay uno o dos apostadores que cuelan su reto, son los ganchos, compinches del que juguetea a la trampa.

España ha tenido alumnos aventajados capaces de asomar en cualquier lugar y llevarse la pasta, dejando a los demás con la misma cara de gilipollas que se le queda al que apostó por que la bolita estaba en un cubilete y allí no había nada.

Las películas de los 60 y 70 dejaron secuelas mentales y muchos de los que veía al bueno de Tony Leblanc y a los menos buenos de Fernando Esteso y Andrés Pajares rivalizaron en emularles.

De aquellos fastos surgieron constructores, algunos celebérrimos como lo fue la familia Banús, responsables de medir las actitudes físicas de los presos republicanos enviados a construir la Cruz de los Caídos. Cuentan los viejos en una leyenda urbana que muchos conocen que la gran parte de los camiones con cemento y material para construir la cruz de la vergüenza salían sin ser descargados rumbo a otras obras que esta familia llevaba. “el resultado fue la venta de viviendas a una clase de economía desahogada, que permitió obtener buenas ganancias a promotores que se beneficiaban de subvenciones y préstamos a largo plazo. Son ejemplos de viviendas bonificables el barrio del Niño Jesús y Mirasierra para clase media alta y el Barrio de la Estrella y Concepción para clase Media”.

El entrecomillado ha sido extraído de un interesante trabajo que en la Facultad de Geografía e Historia de la Complutense de Madrid hicieron unos cuantos alumnos dirigidos por el titular de la asignatura Historia de Madrid. Bajo el título La vivienda en Madrid 1939 – 1961 es como analizan el desarrollismo urbanístico de zonas muy próximas a las vías de circunvalación y como quedan aislados los asentamientos de chabolas. Y de allí es donde surge el progreso de Banús y de Urbis.

Esta pequeña historia quiere mostrar lo difícil que resulta a una parte de la sociedad desoír a los calificadores de adjetivos. Han tenido que pasar más de 25 años para que dejen de sentir vergüenza por ser palmeros de los asesinos, sean del signo que son.

Rojos y comunistas son para estas gentes los peores adjetivos que uno puedo pronunciar. Son como nombrar la bicha. Pim, pam, pum: dónde está la bolita; aquí, repiten sin hartazgo. Doscientas, cientos de miles de veces no son suficientes para seguir con el insulto, con la ausencia de respeto hacia quien sea.

Una de las peores chanzas es la que escriben algunos analistas políticos o historiadores de nuevo cuño que por haber pertenecido a un grupo terrorista creen tener la patente para revelar la verdad suprema. No tengo interés alguno en criticar la obra, pese a que he leído una parte de ella, porque no creo en la mancha sucia de quien fue terrorista.

Históricamente, parte de nuestra sociedad se ha acercado, en muchas ocasiones para nuestra inquietud, a tipos repugnantes. No ignoro el talento que tienen para desarrollar con la peor de su bilis teorías agradecidas con el poderoso. Intentan para salvar el pellejo aprovechando coyunturas. Son maestros del alambique. También son vendidos, tanto que por dinero han matado o lo han intentado. Mercaderes con lo ajeno. Fenicios avasalladores.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En realidad, David, el latrocinio de cuello blanco debe ser un mal endémico y subrepticio que algunas veces sufre de fugas hacia el dominio público. ¿Cuándo? cuando no disimulan a la hora de quitar y poner gobiernos. Y, esto, por desgracia, no es exclusivo de la autarquía franquista, sino que se da en gobiernos "demócratas" y "liberales", como el actual de Madrid. Ahora, como hace 50 años, una cosa está clara: que el poder no entiende de cuestiones éticas y morales y siempre busca 'tamayos' para que sus intereses se materialicen. En España, está cada vez más claro, el caciqusimo adquiere un nuevo rostro: el del especulador inmobiliario. Y no sólo interviene desde fuera, sino desde dentro de las instituciones: el caso de Fabra.

Anónimo dijo...

Gran analisis, David. Yo te daria un nombre mas para montar una triada de ladrilleros atroces. Un tal Porcioles , alcalde franquista de Barcelona e inventor del "porciolismo", especie de teoria politica de maxima sumision del poder al ladrillo de baja calidad.

Pero hay alcaldes actuales, y no solo del PP, que se le estan acercando peligrosamente.