Con los ojos pegados a la nariz
Madrugar no es tan duro. Lo que más me cuesta no es la falta de luz cuando me levanto sino la fea estampa que me rodea. Comprenderéis que media un gran trecho de un despertar viendo como baten las olas del mar en la orilla de la playa a cuatro paredes sudadas, un cuarto de baño melancólico (ya os explicaré otro día que tiene de melancolía un baño) y una cocina que en verano hierve de calor con temperaturas poco soportables. El viernes terminaron las vacaciones de verano. Breve paréntesis, espero, hasta que llegue otro puñado de días para evadirme con destino a la Barna de Mary. Sé que antes de postear otras cosas os había prometido un breve diario, pero tengo el grave problema de estar en tiempo de exámenes, así que toca esperar. Pero como a falta de historietas buena es la iconografía de un soñoliento allá voy. Tres noches llevo ya impregnado del sudor que exhalan mis poros y que calan noche tras noche el suéter del pijama. Hace tanto calor que embutido en sudor ruedo y me rebozo por encima de las sábanas. El aire que desprende el ventilador ruidoso no hace cesar mi empeño de dar con la postura en la que pase menos calamidades propias de la canícula. Las noches podrían ser de blanco satén, de lino zurcido y jugo de frutas: ¡qué más quisiera yo!, pero a las 6.40 suena el segundo despertador, el primero ya lo había hecho a las 5.40. Me levanto con el pensamiento automatizado, con los ojos cerrados, pegados a la nariz que no se cae de su peñón. Un té moruno, dos... y dos panes de leche untados en mantequilla y un poco mermelada de melocotón. Entretanto me lavo la cara: fuera legañas, los dientes y el cerebro no porque no tengo producto en casa para hacerlo (vuelve FEDE, no te vayas con Katrina). También me visto: un pantalón, una camisa, mochila y bandolera, radio en ristre con auricular de botón al oído y allá voy, camino del tajo. Sigo con los ojos pegados a la nariz, Quevedo sólo la pegaba a un hombre (cura y poeta, súbase la bra...), y yo, ay de mí, que no concilio el deseo de levantarlos, de mirar el moreno y la marca del tirante de las mujeres que han flirteado con el Sol, de observar la primera página de cualquier periódico neocon , de descifrar el libro que lee aquella chica en el extremo del vagón. No lo consigo. Atrás queda el tubo, trepo calle arriba a la oficina. Enciendo el ordenador, trato de conectar a Internet, la red caída, demasiado duro para ser martes. Paciencia, buenos bostezos y lectura de un libro insoportable. Abren los ojos, huida hacia delante. Ya conecto. Han pasado tres horas.
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