martes, abril 26, 2005

Malos presagios para combatir al cansancio

Pétalos de acero (historietas desventuradas)

Anoche dormí muy mal. El calor del edredón y una pésima almohada hicieron el resto. No encontraba mi hueco en la cama. Casi todas las noches acomodo a mi cuerpo en esa postura, mitad en espiral mitad retorcida. En posición fetal abrazo la almohada y la hago mía igual que con los sueños. Aquí es cuando comprendo a los animales, que tienen que construir sus propias camas con dos objetivos: para descansar y protegerse de agentes enemigos. Cuando no descansas tienes la sensación de ser corcho pesado, te mueves de un lado a otro en la cama, agitas los pensamientos hasta fijarlos siempre en imágenes que nunca quieres soñar y perviertes esa atmósfera de lisonja que carga de esplendor a los sueños. Traspasas la barrera. Pesadillas por querer dormir y no poder. Prisas por conciliar el descanso, antes de que suene el despertador con un zumbido atroz. Los días pasados han ido muy deprisa. Cuando el miércoles por la tarde rompió a llover se puso un bólido en mi puerta y me llevó a gran velocidad por todos los rincones de la ciudad. Ya veía pinos entre sol manchado de atardecer como faroles con luces tenues y abatidas abriendo paso por las callejuelas de la ciudad vieja. Viajes en son de huida, a ningún lugar pues hoy, de nuevo, estoy aquí, ante el teclado, pulsando a dos dedos las palabras, que hoy surgen lentas como le brotan las notas a un pianista sin ganas de acabar. Con un cierto aire de certeza de querer escribir es como consigo encadenar letra con letra. Por experiencia sé que resulta muy feliz hacerlo así porque los ojos siguen despiertos, el latir convulsa al hueco, donde respira el corazón, con tonos bajos, la levedad del momento impregna lo que respiro. Y recuerdo, como aquel miércoles fuimos paseando por el andén de los olvidos hasta la callejuela de aquella taberna en la que se hablaba de temas impropios. De Unamuno había hablando un señor, cuyas palabras inseguras adivinaban desconocimiento, palabras que tenían un destino: seducir, a la mujer de rasgo anglosajón que aprendía español en barras de bar donde se servían vinos de bohemia. Otro descubría el poder de atreverse a pensar en libertad, soñaba ser libre, ir por la carretera comarcal del desprecio a lo convencional y descubrir la red de conexiones entre y cruce, sin etiqueta con la que saber hacía dónde iría ese conector de camino. El vino manchaba de hondura a los paladares de aquellas gentes que pululaban en pos del verso libre, del beso tierno y de la palabra desprendida, sin lastre que arrastrar. Veníamos de ninguna parte, minutos después terminé en otro andén, el del metro que me llevaba a la cama...

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